"Yo soy un fracaso, un error, no valgo y no existo" decía él en su corazón, para él todo era oscuridad, él estaba encerrado en una cueva de dolor y angustia y nadie se daba cuenta.
Para todos el estaba bien, nada era anormal en su vida, todos estaban encerrados en su hechizo de mentiras, nada era lo que él transmitía a los demás, felicidad, servicio, amor, entrega, todo eso encerraba algo más, encerraba un dolor indescriptible.
El vacío, por más que intentara llenarlo, con nada podía satisfacer eso que le urgia colmar esa necesidad, él sabía que algo le faltaba, pero no sabía qué era concretamente.
Nadie le veía llorar, por qué ni él sabía que estaba llorando, para él todo era “risa”, todo era “felicidad”, nadie, ni siquiera él podía darse cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.
Se culpaba de todo lo que ocurría a su alrededor, sentía una culpa como la culpa de Judas al vender a Jesús, sentía que nada tenía sentido, todo era inútil, quizás por qué todos le daban la espalda, todos se olvidaban de él.
Nadie lo felicitó el día de su cumpleaños, nadie lo abrazó, nadie le comentó en sus redes sociales, nadie tuvo la consideración de mirarlo y decirle “feliz cumpleaños”. “Quizás soy invisible o quizás yo ni exista”, esos pensamientos rondaron por su cabeza una y mil veces porque quizás esa misma situación se haya repetido anteriormente.
“No los culpo, tal vez yo soy el problema, apartarme será lo mejor” y se fue no sabiendo el peligro que eso representaba. “Quizás hice algo que los dañó, quizás mi apariencia, mi porte, mi situación económica no les gusta o quizás no soy lo suficientemente bueno para ellos, yo no soy lo suficientemente bueno para ellos” y se repetía una y otra vez “yo no soy lo suficientemente bueno para ellos” y eso laceraba cada vez más y más su corazón.
Cada vez más se sumergía en esos pensamientos e iba cada vez más hondo en su mente como quien se mete a una piscina cada vez mas y mas honda hasta que el agua le llega a la cabeza… y se la cubre después. Son alertas que nadie se daba cuenta que él estaba dando, nadie le preguntó “estás bien”, nadie se acercó y lo abrazó, nadie lloró con él, nadie rió con él, nadie se atrevió a hablar con él.
El pobre, estaba solo y sin nadie quien lo ayudara.
El decidió hacer lo que muchos piensan que es lo correcto de hacer, el estaba determinado a acabar con el sufrimiento de los demás, estaba ansioso, nervioso, con un poco de pánico, lleno de dudas pero convencido de que ESA era la solución a sus problemas.
Agarró una cuerda, se fue a un lugar apartado, donde nadie lo molestara o donde no molestara a nadie, una lágrima solitaria recorría su mejilla, miró al cielo y le pidió perdón a Dios por lo que él estaba a punto de hacer.
Se subió a una silla, ató su cuello y… saltó de ella.
Mientras perdía poco a poco su aliento miraba al cielo, lentamente su vista se iba oscureciendo, iba perdiéndose en la muerte, su respiración se fue reduciendo poco a poco y con una lágrima en cada ojo, suspiró su último aliento.
Pasaron unas horas cuando encontraron su cuerpo sin vida, inmediatamente llamaron a sus padres los cuales se desconsolaron al ver el cuerpo de su hijo sin vida alguna. “Tan feliz, tan alegre, ¿como pudo hacer eso mi hijo” lloraba la madre con el corazón roto y herido. Fueron minutos de extremo dolor y desesperación.
A su funeral fueron todos sus vecinos, compañeros de escuela, profesores, amigos del baloncesto y todos se hacían la pregunta: ¿por qué lo hizo? Nadie hallaba una respuesta, pero nadie hizo nada por él.
Si tu, que lees esta historia, conoces a alguien que sufre en silencio, dale un abrazo, no lo rechaces, quédate con el, porque tu puedes salvarle la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario